miércoles, 20 de abril de 2005

"El vino que tiene Asunción...

... ni es blanco ni es tinto ni tiene color". Y eso es, poco más o menos, lo que le ocurría ayer a la fumata que asomaba por la chimenea de la capilla Sixtina.
"Es negro". "Es blanco". "Es mediopensionista". "Si lo miras así, como de medio lao, parece blanco". "Pues yo lo veo tirando a amarillo".

Seis menos diez de la tarde, en la oficina Charlie, Anabé y yo pegados a la tele - ordenadores y textos pendientes olvidados - tratando de dilucidar si habemus papam o no.
El tema no está claro, ponemos la radio y Gabilondo nos cuenta que en las agencias de información división de opiniones, como en los toros, unos dicen que negra, otros dicen que blanca.
"No suenan las campanas, eso es que es negro"
En la plaza de San Pedro, la multitud llora de alegría, aplaude, vitorea, para ellos está claro: fumata blanca.
Anabé no está tan segura: "es negro, míralo". Charlie entra al trapo: "no, no, es claramente blanco, además, son las seis, no debería salir nada hasta las siete, eso es que hay acuerdo".
"Para mí que están merendando, todos alrededor de la chimenea asando choricillos mientras fuera nos rompemos el seso". La imagen de los más de cien cardenales arremolinados alrededor de la estufilla asando chorizos en palitroques al más puro estilo fogata de campamento me encanta.
Empiezan a oirse campanas, entre los tertulianos de A tu lado cunde el caos "míralo, míralo, las campanas´", "sí, sí, es la confirmación". Alguien con más seso y mejor oido aclara: "no, no, son las campanas que marcan la hora, son las seis de la tarde". Y efectivamente, todos callan avergonzados para comprobar cómo dan la hora las campanas de San Pedro.
Pero a los pocos segundos un repicar mucho más claro y alegre confirma lo que todos daban ya por seguro: fumata blanca, habemus Papam.
"Puff, en sólo dos días, puff, mal rollito, va a ser Ratzinger". "A mí me gustaría que fuera hispanoamericano". "A mí y a mí, alguien más abierto, con ganas de cambio".
Anabé, escéptica, atea confesa - como todos los de esta oficina, por otro lado - parece molesta por la atención que tanto Charlie como yo prestamos al momento.
"¿Pero qué más os da?, si esto no va con vosotros, ahí pegados a la tele ¿no tenéis trabajo que hacer?". "Habemus pellas" afirma categórico Charlie, que para algo es el jefe. Yo me descojono, Anabé tuerce el gesto.
"Ahora sólo falta saber a quién han elegido".
"¡Qué guay! Este es el típico momento histórico que hay que presenciar con más gente, lo genial es verlo en el bar, para oir los comentarios de la parroquia que pueden ser antológicos".
A Charlie se le ilumina el rostro ante la idea. "¿Vamos al bar?". "Vamos al bar".
Anabé nos mira con cierto desprecio que Charlie y yo optamos por ignorar, cogemos papel, lapiz, llaves, dinero y tabacos varios y salimos disparados hacia la cafetería de la esquina.
En la cafeta unas quince personas, la tele puesta y algo de expectación, pero no tanta como esperábamos. Pedimos un par de coca-colas y nos acomodamos en sendos taburetes.
Hay que reconocer que el sentido del espectáculo de la Iglesia Católica es inmejorable, la intriga primero, el suspense después y 150 millones de espectadores colgados del televisor sin pestañear.
Al balcón se asoma el protodiácono: Jorge Arturo Medina, en el bar se hace el silencio -a excepción de dos tipas vestidas de Agata Ruiz de la Prada que petardean en una mesa ajenas a todo- y el camarero sube el volumen del televisor. Habemus Papam, confirma Medina y suelta la bomba "Cardinale Joseph Ratzinger".
En el bar se escuchan un par de resoplidos, la atmósfera se ha tensado de repente, nadie lo dice en voz alta, pero muchos parecen pensarlo "no nos mola".
A continuación se desvela el misterio, se llamará Benedicto XVI. Todo el mundo comienza a comentarlo.
"¿Benedicto?"
El camarero pregunta: "¿Y ese nombre como se lo pone, se lo dan?"
"Lo elige él" responde uno de los parroquianos.
"Lo elige él con la ayuda del Espíritu Santo" matiza otro.
Un tercero llega más allá: "El nombre lo elige él, el número el que le toca".
El camarero digiere la información: "O sea, que ya ha habido dieciseis Benedictos de esos".
El nuevo y flamante Papa sale en olor de multitudes, como diría mi vecina.
"Huy, qué cara de malo...." dice el camarero.
Varios de los presentes soltamos risillas cómplices, el resto nos mira con mal disimulada antipatía.
El Papa comienza a hablar y el sonido de TVE se va al garete, el micro de la traductora se acopla, su voz se vuelve inaudible y nadie se entera de un carajo. "¿Qué ha dicho?". "¿Tú lo has oído bien?".
Charlie traduce para todos con su mejor acento italiano: "Os vais a cagare".
Jejeje.
Descojonados, volvemos a la oficina y al trabajo pendiente.
"Buenó, a ver quien aguanta ahora a Anabé".
Anabé se aguanta las ganas de decir nada y me informa. "Te han llamado al móvil, no me he atrevido a contestar"
"Esa es MJ, fijo" pienso yo, pa mis adentros, que me la conozco muy bien, y efectivamente.
"Hola ¿me has llamado?".
"Sí, sí, oye que le preguntes a tu amigo L qué hizo él cuando se desapuntó de católico, que me quiero borrar".

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