No sé que le pasa a este país que parece tener un don especial para elegir ministras de cultura.
A la mente nos viene a todos Carmen Alborch, la del color de pelo imposible, o Esperanza Aguirre cantando las loas de esa gran escritora portuguesa Sara Mago. La actual, Carmen Calvo, parece haber recogido el testigo de tan insignes predecesoras con alegría y ganas de hacer que nos olvidemos pronto de ellas y ¡pardiez si no lo está consiguiendo!
Después de sus fantásticas declaraciones en las que demostraba su preocupación porque la lengua castellana esté, cada día más, trufada de "anglicanismos", va el otro día y se pone a contar a propios y extraños sus hábitos en el aseo, "el circo de tres pistas" como lo llama ella. Y asegura:
"allí leo el periódico, oigo la radio, oigo música y hablo por teléfono con alcaldes en bragas".
Suponemos que la de las bragas es ella y no los alcaldes, que ya sería el acabose.
Pero, reconozcámoslo, a ver quién es el guapo que a partir de ahora recibe una llamada de la ministra y se queda tan pancho.
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