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En este caso la puerta ha sido la de la terracita, así, de golpe ¡¡¡PUM!!! impulsada por la ventolera de la tormenta de verano que está cayendo sobre Madrid.
En la terracita estábamos mi roommie y yo, luchando con ese mismo viento cabrón que, además de cerrar de golpe la puerta de la terracita dejándonos encerradas en un espacio de poco más de metro y medio por 40 centímetros y a la intemperie; amenazaba con llevarse volando las sábanas que mi roommie había tendido media hora antes.
¡¡¡PUM!!! ha hecho la puerta de la terracita.
¡¡¡MIERDA, LA PUERTA!!! he maldecido yo y, soltando sábanas y pinzas y dejando a mi roommie luchando contra los elementos, he corrido a empujarla (la puerta), a ver si había suerte y se podía abrir. No se podía.
Allí estábamos las dos, pa vernos.
En pijama ambas, entiéndase: pantaloncito exiguo y camiseta de tirantes, que hace mucho calor en Madrid para dormir con nada más, sin teléfonos móviles con los que llamar al maravilloso cuerpo de bomberos para que viniera a rescatarnos y con pocas probabilidades de hacernos oir por nuestros vecinos en caso de desgañitarnos histéricas porque los truenos y el ulular del viento, en fin, como que ahogaban cualquier intento de comunicación por nuestra parte.
¡¡LA VENTANA!! He exclamado, llena de gozo. Y he dado las gracias por haber dejado la ventana del estudio entreabierta a pesar de la que se estaba armando fuera (rayos y centellas, truenos y relámpagos y un viento del carajo de la vela).
Así que, sin pensármelo dos veces, he abierto al máximo la ventana, me he encaramado al alfeizar de la misma y he tratado de colarme dentro de la habitación. Tarea complicada.
Definitivamente, todavía me sobran unos ocho kilos, si no para llegar a mi peso ideal, sí para deslizarme grácilmente por ventanas a medio abrir.
Haciendo equilibrios sobre el alféizar, he introducido medio cuerpo por la ventana, he logrado subir la persiana del todo y, por fin, pasar por completo al otro lado, bueno... lo habría hecho si no fuera por que: "¿Tú crees que la mesa del ordenador aguantará mi peso si me pongo de pie sobre ella?"
La mesa del ordenador es pequeña, de contrachapado, de esas de
móntela usted mismo en cinco minutos. No sé si aguanta setenta kilos de peso, pero la cara que ha puesto mi compañera de piso ha dejado bien a las claras que ella lo dudaba mucho.
La única opción: saltar por encima de ella al centro de la habitación, tratando de esquivar la silla, claro, las catorce bolsas de plástico que hay por el suelo, las dos estanterías, la sillita pequeña, los papeles del banco de mi compañera de piso, la pila de cds de música clásica que saqué el otro día buscando inspiración para la pieza de Powerade, los... pufff, está claro que tenemos que ordenar este cuarto urgentemente... Si conseguimos entrar de nuevo en la casa, claro.
Para no tentar a la suerte y a los esguinces, me he quitado las chanclas, las he lanzado dentro del cuarto, lo más lejos que he podido y, sujetada por mi compañera de piso, que, cual Cristo crucificado, sostenía con la mano diestra una sábada de 2x2 medio amarrada aún a la cuerda y con la zurda mi codo derecho; he extendido un pierna dentro, he sorteado la mesa y he puesto el pie sobre la silla del ordenador (giratoria y con ruedas, tierra firme donda las haya).
Milagrosamente y aún sin saber cómo, he llegado sana y salva al suelo, he corrido a la cocina, he abierto la puerta de la terracita y he salido de nuevo para ayudar a mi roommie a luchar contra los elementos y rescatar su juego de sábanas.
- "Por un momento nos he visto aquí en la terracita, bajo la tormenta, toda la noche, y todo el día de mañana y..."
- "Como en el
La caída de la casa Usher ¿no?. Nos encontrarían meses después, las marcas de nuestros arañazos desesperados claramente visibles en el cristal de la puerta"
-"Jejejeje. ¡Ostras, la puerta! ¿No se cerrará otra vez, verdad?"... ¡¡¡PUM!!!