Son las dos de la mañana, como me he tomado una coca cola a las 9 de la noche, pues no puedo dormir, a pesar de que estoy reventada físicamente después de una larga sesión de piscina en la que mi sobrina de dos años ha hecho catorce largos mientras yo la seguía con el bofe fuera y los michelines asomando por el borde del bañador supuestamente para controlarla, aunque de producirse una ahogamiento es más probable que sea el mío y estoy casi segura de que no tendría que preocuparme de nada porque mi sobrina es perfectamente capaz de sacarme del agua ella sola.
El caso es que son las dos de la mañana y estoy desvelada, por eso llevo unas tres horas en el ordenador viendo capítulos de las Chicas Gilmore.
Nos raro en mí, eso de quedarme hasta las tantas viendo series de televisión o leyendo. En quien es más raro es en Ana, mi compañera de piso, no porque no vea la tele o no lea, sino porque a eso de las 11 de la noche ya suele estar dando cabezadas como los niños japoneses de Videos de Primera.
Hoy, sin embargo, no. Hoy está despierta, MUY despierta, y parlanchina, MUY parlanchina. Y parece tener más problemas de vocalización de lo habitual, es que Ana es así, habla tan rápido que la mitad de las veces una adivina, más que entiende, lo que ha dicho. Y lleva aquí, en el cuarto del ordenador, algo así como media hora, contándome una historia tan larga y tan enrevesada que ya no recuerdo de qué trataba y, por lo que se ve, Ana tampoco.
Hasta que dice las palabras mágicas:
- "Me he tomado un café y..."
- "¿Un café? ¿Tú?"
Porque Ana, NUNCA toma coca cola y NUNCA toma café, y si lo toma, muy de vez en cuando, sus efectos suelen ser devastadores.
- "Ahora lo entiendo todo, tú estás tan desvelada como yo"
- "Pues sí"
Aunque en realidad, más que desvelada parece que se hubiera metido un gramo de coca porque, menos la mandíbula bailarina, tiene todos los síntomas.
Y ahí sigue, de pie, detrás de la silla del ordenador, parloteando sin parar, tocando todo lo que hay por la habitación, atacada de los nervios y atacándome a mí en el proceso. Hasta que ejerzo de madre y la mando a la cama "y sin rechistar, jovencita, que mañana tienes que madrugar".
Pero cuando paso cinco minutos más tarde por delante de su cuarto me la encuentro sentada en el borde de la cama, más tiesa que un huso.
- "¿No te ibas a dormir?"
- "Es que no tengo sueño"
- "Venga, a dormirse ya. Quiero ver esa luz apagada en dos minutos y a partir de ahora se acabó la cafeína ¿me has oído?".
Y ahí sigue, la pobre, con la puerta cerrada para que no le monte el pollo, pero con la luz encendida, leyendo, desveladísima.
- "¿Pero a qué hora te has tomado el café que aún te dura el efecto?"
- "A las once... de la mañana."
1 comentario:
de hecho yo estaba al otro lado del teléfono cuando se estaba tomando el coffee, y puedo atestiguar que era antes del mediodía.
De todas maneras, ella todavía recordará el subidón de cafeina que me dió a mi cierto medicamento contra el constipado y la imposibilidad de poder callarme ni debajo las piedras...
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